El día en que empezó a cambiarse la historia
La falacia de la modernidad.
La principal falacia de aquellos que piensan haber superado la modernidad es, básicamente, que como sugería el filósofo de la ciencia Bruno Latour años atrás, nunca hemos sido modernos.
Desde la pos-modernidad se pretende revisar y replantear con una liberalidad de pensamiento aquello que es obvio y tiene sentido para las sociedades humanas tal y como fueron instituidas hasta hoy: revisar la modernidad.
La modernidad se basa en sinceros principios como la transversalidad del poder humano, la multiplicidad de ideas y pensamientos, y super-estructuras fuertes que, en principio, liberan el espacio y el tiempo para ser dominados por más personas, para el empoderamiento de los individuos. Expansión de riqueza, expansión de conocimiento, y proyectos humanos que permiten avances sociales rápidos. El post-modernismo tiende a revisar aquello previamente instituido y asumido por esa supuesta modernidad, las bases que dieron pie a que apareciese esa apertura de mentalidades y sociedades.
La modernidad, como hecho histórico, se vincula directamente a la expansión de las ideas del Renacimiento y la posterior Ilustración europeas. Así mismo, se identifica de la misma manera con la revoluciones capitalistas e industriales de los últimos siglos. La pos-modernidad pretende, así, revisar todo partiendo de esas bases, vinculándose además con impulsos sociales contra la industrialización, ya que sería propia de sociedades en proceso de des-industrialización (donde los trabajos industriales decaen), y con inclinaciones ideológicas anti-capitalistas y anti-estatistas. No es de extrañar, por tanto, que uno de los principales y primordiales movimientos pos-modernistas sea el movimiento Hippie, y movimientos pacifistas en contra del uso de armas y de la guerra como solución a conflictos entre distintas sociedades.
Porque he ahí un gran hecho a tener en cuenta: la modernidad ha significado la expansión e imposición de una cultura política y social sobre otras, mediante la guerra y la coaptación de recursos, la explotación de personas. El resultado de la modernidad fue ese: guerra de sociedades bajo una cultura política y social, contra otras sociedades con otras culturas. La modernidad surgió y creció sobre el fundamento de la explotación del rico sobre el pobre, del occidental sobre el oriental, del hombre sobre la mujer. Nada de eso sería moderno: nada de eso respeta la multiplicidad de ideas y pensamientos, la transversalidad del poder humano, y las super-estructuras que garanticen la libertad del individuo, y su seguridad contra los poderosos. La modernidad, por lo tanto, nunca existió.
Moderno desde hace tanto...
Más aún, la expansión de una cultura sobre otras, la expansión de la riqueza y de los derechos, y el uso de la guerra no son nada nuevo. Modernidad nos sugiere cercanía en el tiempo, pero fue Diocleciano en el siglo IV quien promovió el derecho de ciudadanía para todos los nacidos en el imperio romano - hasta entonces solo tenían ese derecho villanos, italianos, y urbanos de Roma -, lo cual se traducía en el derecho de todo ciudadano a apelar a la justicia en contra de las decisiones de un gobernante, que pasaban a llamarse Jueces. En un aparente intento por reformar las provincias para darles más capacidad de decisión a las regiones del imperio, Diocleciano pareció sospechar de tanto aristócrata poderoso, y sorpresiamente introdujo ese concepto de ciudadanía.
Vale: el mismo juez que dictaba la norma, era normalmente el juez de apelación, por lo que todo acababa en el mismo sitio: haciendo lo que el gobernante quería, y todos callados por miedo a represalias. Pero, ¿acaso no pasa hoy exactamente lo mismo en la estructura política y judicial que compartimos, en gran medida? O, al menos, hoy día sabemos perfectamente qué es callarse por miedo a represalias: los gobernantes y los jueces siguen insistiendo en que tengamos miedo, en que cuidemos lo que decimos y donde, y en que todos somos libres, pero unos más libres que otros.
Diocleciano promovió así el final del derecho romano clásico. A partir de él, todos serían ciudadanos del mismo tipo de rango: la ciudadanía romana dejaba de ser protagonista en el juego de clases del imperio, y los señores provinciales, a pesar de poder ser increpados o apelados en sus decisiones por los ciudadanos, obtuvieron un poder solo limitado por el territorio en el que tenían poder. El feudalismo estaba sembrado en base al miedo de las masas: miedo a la guerra, miedo a la muerte, miedo al poder. La connivencia con el auge del cristianismo como doctrina totalitaria fue absoluta, y consecuencia obvia del intento de apertura social en un tiempo en el que las sociedades bajo el yugo del imperio romano entraban en colapso por el crecimiento de las poblaciones en el este de Europa y el oriente próximo.
La modernidad es mentira
La reflexión sobre la historia, sobre la verdad, sobre la realidad misma y cómo la contamos, los datos que sacamos de ella, el provecho sobre la naturaleza y sobre otros seres humanos, está ahí en todas las distopías. Es el tema de 1984, con un Wiston Smith que se dedica a modificar noticias ya publicadas para que digan otra cosa. Es el método de Napoleón para atacar a Snowball y poner el cerco del miedo basado en la mentira alrededor de su granja. Es la preocupación de Bradbury cuando escribe todo un libro cuyo conflicto principal es que los bomberos se dedican a quemar libros.
La verdad es aquello que controlan las máquinas para quienes viven en Matrix. La verdad creada, la verdad paralela, que no es otra cosa que mentira: el constructo psicológico con el que aquel que domina la historia mantiene a los demás bajo su yugo.
Pos-verdad es como lo llaman. Pos-verdad, que es como si el cristianismo se hubiese denominado así a si mismo si se hubiese considerado nominalmente "verdad" aquello que pasaba antes. Pos-verdad es la forma que tienen desde una tremenda doctrina totalitaria para llamar a aquello que no es verdad: lo importante es que sea verosímil. Los códigos audiovisuales han tomado ahí su relevancia: en el cine, o en la televisión, es la verosimilitud, y no la veracidad, lo que se guarda. No hace falta que algo sea ni siquiera creíble: con que sea verosímil., es asimilable por el gran público. Esa es la doctrina de la pos-verdad.
¿Acaso la verdad ha dejado de importar? No, claro. Es importante protegerla. Pero... ¿y si los libros terminaran quemándose porque no cuentan la verdad?
El individuo es listo: mejor que no piense
El otro foco de conflicto de las distopías es el sometimiento del individuo a una súper-estructura que evita la libertad individual para preservar su propia existencia. Esa súper-estructura es, siempre, la herramienta de los poderosos para mantener su poder. Cualquier súper-estructura, según el materialismo histórico, depende de las condiciones económicas de la sociedad en la que se desarrolla, cumpliendo los fines que las clases dominantes han proyectado. El poderoso elige la verdad, y elige cual parte de la verdad se cuenta. Elige, porque la verdad no es una, que los demás vivan una mentira. Y... si los libros terminaran quemándose porque no cuentan la verdad, significaría que habríamos dejado nuestra capacidad de discernir verdad y mentira, como individuos, en manos de aquellos que deciden qué es verdad y qué mentira. Podría funcionar, quizá, si aquellos que se determinasen para tal fin fuesen objetivos, sus vidas seguras, y sus intereses, sociales. Pero... ¿y si el que decide quién decide la verdad es el mismo poderoso que decide qué es verdad?
Estos días se ha sabido que la Torre Agbar de Barcelona albergará un equipo de hasta 500 personas para... borrar y modificar la historia, exactamente como hacía Wiston Smith. Nos dirán que no se parece en nada, que ellos evitan que algo que sea mentira no aparezca publicado. Pero... ¿quién pone el límite?
El poder pone el límite. Y, en cuanto a los demás, nuestro criterio, ya no vale nada, si es que alguna vez tuvo algún valor.
Facebook decide por ti
Nadie se está quejando estos días porque Facebook vaya a decidir y controlar qué es verdad y qué no, es decir, qué se cuenta y qué no. Tampoco es de extrañar: llevamos varios años con un polo cultural y social en el mundo, formado por hombres blancos occidentales y con un poder de adquisición de recursos importante, propagando mentiras en el mundo y llamándolas pos-verdades, es decir, creando el enemigo interior que todo poderoso desea para tomar decisiones sin que nadie se queje. Llevamos años, también, señalando a Facebook por todo el mal que hace en Internet, tanto que suena a grito mudo, hasta el punto de habernos insensibilizado ante el poder que ponemos en sus manos. Llevamos años, también, escandalizándonos porque Facebook decida qué se publica en Facebook, porque la ciudadanía en general ha considerado que tiene derecho a publicar lo que le de la gana en la web de una empresa privada multinacional que trafica con datos privados de sus usuarios para venderles publicidad, sin llegar a plantearse si tiene sentido que "la red social" borre fotos de tetas y venda fotos de niños con armas en las manos. Algunos, incluso, llevamos años huyendo de Facebook, hasta que Facebook se puso a comprar la mensajería que todos usamos, o la web de publicación de imágenes con la que solemos compartir contenidos, y caímos en sus redes (aunque no precisamente en Facebook). Aun recuerdo aquella vez hace años, en una ciudad del norte de Europa, donde una coetánea paisana se ofendió cuando dije que no, que yo no uso Facebook. "¿¡Pero tú de qué vas!?".
Con Facebook hemos pasado de dominar la comunicación en red como especie, a entregarle todos los derechos sobre esas comunicaciones en red a un magnate. Hemos perdido el rubor de contarle al mundo que estábamos, por ejemplo, cagando. Les hemos regalado nuestros datos personales para que los vendan. E incluso hemos dado la presidencia del país más poderoso del mundo a un explotador farfullero y misógino Donald Trump, que la ganó gracias al tráfico de datos realizado por Cambridge Analytica. ¿Sabéis quién recopiló esos datos? Facebook. ¿Sabéis quien ecreó los mecanismos y estructuras para que Cambridge Analytica tuviera esos datos? Facebook. ¿Sabéis quién contrató a Cambridge Analytica? Donald Trump. ¿Sabéis que empresa ha cerrado? Cambridge Analytica. Y... ¿a que no sabéis quien gobierna en Estados Unidos? ¿y quién decide qué vas a ver cuando te despiertes por la mañana y actives tu teléfono móvil?
Bienvenidos al mundo en el que otro decide por ti. El día en que el que Facebook decide, todo, por ti.
La principal falacia de aquellos que piensan haber superado la modernidad es, básicamente, que como sugería el filósofo de la ciencia Bruno Latour años atrás, nunca hemos sido modernos.
Desde la pos-modernidad se pretende revisar y replantear con una liberalidad de pensamiento aquello que es obvio y tiene sentido para las sociedades humanas tal y como fueron instituidas hasta hoy: revisar la modernidad.
La modernidad se basa en sinceros principios como la transversalidad del poder humano, la multiplicidad de ideas y pensamientos, y super-estructuras fuertes que, en principio, liberan el espacio y el tiempo para ser dominados por más personas, para el empoderamiento de los individuos. Expansión de riqueza, expansión de conocimiento, y proyectos humanos que permiten avances sociales rápidos. El post-modernismo tiende a revisar aquello previamente instituido y asumido por esa supuesta modernidad, las bases que dieron pie a que apareciese esa apertura de mentalidades y sociedades.
La modernidad, como hecho histórico, se vincula directamente a la expansión de las ideas del Renacimiento y la posterior Ilustración europeas. Así mismo, se identifica de la misma manera con la revoluciones capitalistas e industriales de los últimos siglos. La pos-modernidad pretende, así, revisar todo partiendo de esas bases, vinculándose además con impulsos sociales contra la industrialización, ya que sería propia de sociedades en proceso de des-industrialización (donde los trabajos industriales decaen), y con inclinaciones ideológicas anti-capitalistas y anti-estatistas. No es de extrañar, por tanto, que uno de los principales y primordiales movimientos pos-modernistas sea el movimiento Hippie, y movimientos pacifistas en contra del uso de armas y de la guerra como solución a conflictos entre distintas sociedades.
Porque he ahí un gran hecho a tener en cuenta: la modernidad ha significado la expansión e imposición de una cultura política y social sobre otras, mediante la guerra y la coaptación de recursos, la explotación de personas. El resultado de la modernidad fue ese: guerra de sociedades bajo una cultura política y social, contra otras sociedades con otras culturas. La modernidad surgió y creció sobre el fundamento de la explotación del rico sobre el pobre, del occidental sobre el oriental, del hombre sobre la mujer. Nada de eso sería moderno: nada de eso respeta la multiplicidad de ideas y pensamientos, la transversalidad del poder humano, y las super-estructuras que garanticen la libertad del individuo, y su seguridad contra los poderosos. La modernidad, por lo tanto, nunca existió.
Moderno desde hace tanto...
Más aún, la expansión de una cultura sobre otras, la expansión de la riqueza y de los derechos, y el uso de la guerra no son nada nuevo. Modernidad nos sugiere cercanía en el tiempo, pero fue Diocleciano en el siglo IV quien promovió el derecho de ciudadanía para todos los nacidos en el imperio romano - hasta entonces solo tenían ese derecho villanos, italianos, y urbanos de Roma -, lo cual se traducía en el derecho de todo ciudadano a apelar a la justicia en contra de las decisiones de un gobernante, que pasaban a llamarse Jueces. En un aparente intento por reformar las provincias para darles más capacidad de decisión a las regiones del imperio, Diocleciano pareció sospechar de tanto aristócrata poderoso, y sorpresiamente introdujo ese concepto de ciudadanía.
Vale: el mismo juez que dictaba la norma, era normalmente el juez de apelación, por lo que todo acababa en el mismo sitio: haciendo lo que el gobernante quería, y todos callados por miedo a represalias. Pero, ¿acaso no pasa hoy exactamente lo mismo en la estructura política y judicial que compartimos, en gran medida? O, al menos, hoy día sabemos perfectamente qué es callarse por miedo a represalias: los gobernantes y los jueces siguen insistiendo en que tengamos miedo, en que cuidemos lo que decimos y donde, y en que todos somos libres, pero unos más libres que otros.
Diocleciano promovió así el final del derecho romano clásico. A partir de él, todos serían ciudadanos del mismo tipo de rango: la ciudadanía romana dejaba de ser protagonista en el juego de clases del imperio, y los señores provinciales, a pesar de poder ser increpados o apelados en sus decisiones por los ciudadanos, obtuvieron un poder solo limitado por el territorio en el que tenían poder. El feudalismo estaba sembrado en base al miedo de las masas: miedo a la guerra, miedo a la muerte, miedo al poder. La connivencia con el auge del cristianismo como doctrina totalitaria fue absoluta, y consecuencia obvia del intento de apertura social en un tiempo en el que las sociedades bajo el yugo del imperio romano entraban en colapso por el crecimiento de las poblaciones en el este de Europa y el oriente próximo.
La modernidad es mentira
La reflexión sobre la historia, sobre la verdad, sobre la realidad misma y cómo la contamos, los datos que sacamos de ella, el provecho sobre la naturaleza y sobre otros seres humanos, está ahí en todas las distopías. Es el tema de 1984, con un Wiston Smith que se dedica a modificar noticias ya publicadas para que digan otra cosa. Es el método de Napoleón para atacar a Snowball y poner el cerco del miedo basado en la mentira alrededor de su granja. Es la preocupación de Bradbury cuando escribe todo un libro cuyo conflicto principal es que los bomberos se dedican a quemar libros.
La verdad es aquello que controlan las máquinas para quienes viven en Matrix. La verdad creada, la verdad paralela, que no es otra cosa que mentira: el constructo psicológico con el que aquel que domina la historia mantiene a los demás bajo su yugo.
Pos-verdad es como lo llaman. Pos-verdad, que es como si el cristianismo se hubiese denominado así a si mismo si se hubiese considerado nominalmente "verdad" aquello que pasaba antes. Pos-verdad es la forma que tienen desde una tremenda doctrina totalitaria para llamar a aquello que no es verdad: lo importante es que sea verosímil. Los códigos audiovisuales han tomado ahí su relevancia: en el cine, o en la televisión, es la verosimilitud, y no la veracidad, lo que se guarda. No hace falta que algo sea ni siquiera creíble: con que sea verosímil., es asimilable por el gran público. Esa es la doctrina de la pos-verdad.
¿Acaso la verdad ha dejado de importar? No, claro. Es importante protegerla. Pero... ¿y si los libros terminaran quemándose porque no cuentan la verdad?
El individuo es listo: mejor que no piense
El otro foco de conflicto de las distopías es el sometimiento del individuo a una súper-estructura que evita la libertad individual para preservar su propia existencia. Esa súper-estructura es, siempre, la herramienta de los poderosos para mantener su poder. Cualquier súper-estructura, según el materialismo histórico, depende de las condiciones económicas de la sociedad en la que se desarrolla, cumpliendo los fines que las clases dominantes han proyectado. El poderoso elige la verdad, y elige cual parte de la verdad se cuenta. Elige, porque la verdad no es una, que los demás vivan una mentira. Y... si los libros terminaran quemándose porque no cuentan la verdad, significaría que habríamos dejado nuestra capacidad de discernir verdad y mentira, como individuos, en manos de aquellos que deciden qué es verdad y qué mentira. Podría funcionar, quizá, si aquellos que se determinasen para tal fin fuesen objetivos, sus vidas seguras, y sus intereses, sociales. Pero... ¿y si el que decide quién decide la verdad es el mismo poderoso que decide qué es verdad?
Estos días se ha sabido que la Torre Agbar de Barcelona albergará un equipo de hasta 500 personas para... borrar y modificar la historia, exactamente como hacía Wiston Smith. Nos dirán que no se parece en nada, que ellos evitan que algo que sea mentira no aparezca publicado. Pero... ¿quién pone el límite?
El poder pone el límite. Y, en cuanto a los demás, nuestro criterio, ya no vale nada, si es que alguna vez tuvo algún valor.
Facebook decide por ti
Nadie se está quejando estos días porque Facebook vaya a decidir y controlar qué es verdad y qué no, es decir, qué se cuenta y qué no. Tampoco es de extrañar: llevamos varios años con un polo cultural y social en el mundo, formado por hombres blancos occidentales y con un poder de adquisición de recursos importante, propagando mentiras en el mundo y llamándolas pos-verdades, es decir, creando el enemigo interior que todo poderoso desea para tomar decisiones sin que nadie se queje. Llevamos años, también, señalando a Facebook por todo el mal que hace en Internet, tanto que suena a grito mudo, hasta el punto de habernos insensibilizado ante el poder que ponemos en sus manos. Llevamos años, también, escandalizándonos porque Facebook decida qué se publica en Facebook, porque la ciudadanía en general ha considerado que tiene derecho a publicar lo que le de la gana en la web de una empresa privada multinacional que trafica con datos privados de sus usuarios para venderles publicidad, sin llegar a plantearse si tiene sentido que "la red social" borre fotos de tetas y venda fotos de niños con armas en las manos. Algunos, incluso, llevamos años huyendo de Facebook, hasta que Facebook se puso a comprar la mensajería que todos usamos, o la web de publicación de imágenes con la que solemos compartir contenidos, y caímos en sus redes (aunque no precisamente en Facebook). Aun recuerdo aquella vez hace años, en una ciudad del norte de Europa, donde una coetánea paisana se ofendió cuando dije que no, que yo no uso Facebook. "¿¡Pero tú de qué vas!?".
Con Facebook hemos pasado de dominar la comunicación en red como especie, a entregarle todos los derechos sobre esas comunicaciones en red a un magnate. Hemos perdido el rubor de contarle al mundo que estábamos, por ejemplo, cagando. Les hemos regalado nuestros datos personales para que los vendan. E incluso hemos dado la presidencia del país más poderoso del mundo a un explotador farfullero y misógino Donald Trump, que la ganó gracias al tráfico de datos realizado por Cambridge Analytica. ¿Sabéis quién recopiló esos datos? Facebook. ¿Sabéis quien ecreó los mecanismos y estructuras para que Cambridge Analytica tuviera esos datos? Facebook. ¿Sabéis quién contrató a Cambridge Analytica? Donald Trump. ¿Sabéis que empresa ha cerrado? Cambridge Analytica. Y... ¿a que no sabéis quien gobierna en Estados Unidos? ¿y quién decide qué vas a ver cuando te despiertes por la mañana y actives tu teléfono móvil?
Bienvenidos al mundo en el que otro decide por ti. El día en que el que Facebook decide, todo, por ti.
Por: Manuko | Fecha: 28/12/2019 14:24
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